Como todo poseedor de una biblioteca,
Aureliano se sabía culpable de no conocerla hasta el fin; esa
controversia le permitió cumplir con muchos libros que parecían
reprocharle su incuria.
Discutió con los
hombres de cuyo fallo dependía su suerte y cometió la máxima torpeza
de hacerlo con ingenio y con ironía.
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