Otálora se embarca, la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza.
Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música.
Para, en el entrevero,
una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y
de poncho. Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al
saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo).
...la cicatriz
que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso.
...el altercado cesa con la misma rapidez
con que se produjo.
Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar
de Montevideo. Pregunta por qué; alguien aclara que hay un forastero
agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible.
El universo parece conspirar con él y apresura los hechos.
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