Inexistencia
Syme había desaparecido. Una mañana no acudió al trabajo: unos cuantos indiferentes
comentaron su ausencia, pero al día siguiente nadie habló de él. Al tercer día entró
Winston en el vestíbulo del Departamento de Registro para mirar el tablón de anuncios.
Uno de éstos era una lista impresa con los miembros del Comité de Ajedrez, al que Syme
había pertenecido. La lista era idéntica a la de antes - nada había sido tachado en ella -,
pero contenía un nombre menos. Bastaba con eso. Syme había dejado de existir. Es más,
nunca había existido.
Recuerdos
Hablar con
él era como escuchar el tintineo de una desvencijada cajita de música. Algunas veces, se
sacaba de los desvanes de su memoria algunos polvorientos retazos de canciones
olvidadas.
Presente sin futuro
Los dos sabían que todo
esto eran tonterías. En realidad no había escapatoria. E incluso el único plan posible, el
suicidio, no estaban dispuestos a llevarlo a efecto. Dejar pasar los días y las semanas,
devanando un presente sin futuro, era lo instintivo, lo mismo que nuestros pulmones
ejecutan el movimiento respiratorio siguiente mientras tienen aire disponible.
Oposición
Además, Julia daba por cierto que
todos, o casi todos, odiaban secretamente al Partido e infringirían sus normas si creían
poderlo hacer con impunidad. Pero se negaba a admitir que existiera ni pudiera existir
jamás una oposición amplia y organizada. Los cuentos sobre Goldstein y su ejército
subterráneo, decía, eran sólo un montón de estupideces que el Partido se había
inventado para sus propios fines y en los que todos fingían creer. Innumerables veces, en
manifestaciones espontáneas y asambleas del Partido, había gritado Julia con todas sus
fuerzas pidiendo la ejecución de personas cuyos nombres nunca había oído y en cuyos
supuestos crímenes no creía ni mucho menos. Cuando tenían efecto los procesos
públicos, Julia acudía entre las jóvenes de la Liga juvenil que rodeaban el edificio de los
tribunales noche y día y gritaba con ellas: «¡Muerte a los traidores!». Durante los Dos
Minutos de Odio siempre insultaba a Goldstein con más energía que los demás. Sin
embargo, no tenía la menor idea de quién era Goldstein ni de las doctrinas que pudiera
representar. Había crecido dentro de la Revolución y era demasiado joven para recordar
las batallas ideológicas de los años cincuenta y sesenta y tantos. No podía imaginar un
movimiento político independiente; y en todo caso el Partido era invencible. Siempre
existiría. Y nunca iba a cambiar ni en lo más mínimo. Lo más que podía hacerse era
rebelarse secretamente o, en ciertos casos, por actos aislados de violencia como matar a
alguien o poner una bomba en cualquier sitio.
Simulación
Una vez se refirió él a la guerra contra Eurasia y se quedó asombrado cuando ella, sin
concederle importancia a la cosa, dio por cierto que no había tal guerra. Casi con toda
seguridad, las bombas cohete que caían diariamente sobre Londres eran lanzadas por el
mismo Gobierno de Oceanía sólo para que la gente estuviera siempre asustada.
Siguiente generación
No creo que podamos cambiar el curso de los acontecimientos mientras
vivamos. Pero es posible que se creen algunos centros de resistencia, grupos de
descontentos que vayan aumentando e incluso dejando testimonios tras ellos de modo
que la generación siguiente pueda recoger la antorcha y continuar nuestra obra.
Dormida
Si Winston persistía
en hablar de tales temas, Julia se quedaba dormida del modo más desconcertante. Era
una de esas personas que pueden dormirse en cualquier momento y en las posturas más
increíbles.
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