jueves, 28 de febrero de 2013

1984, George Orwell (9)

Seguridad

Levantó la cabeza. Era la muchacha. Ésta volvió la cabeza para prevenirle de que siguiera callado, luego apartó las ramas de los arbustos para abrir paso hacia el bosque. Era evidente que había estado allí antes, pues sus movimientos eran los de una persona que tiene la costumbre de ir siempre por el mismo sitio.

Palabras de esas

Se suponía que los miembros del Partido no decían palabrotas, y el propio Winston apenas las decía como no fuera entre dientes. Sin embargo, Julia no podía nombrar al Partido, especialmente al Partido Interior, sin usar palabras de esas que solían aparecer escritas con tiza en los callejones solitarios.

Demostración

Extendió las alas, volvió a colocárselas cuidadosamente en su sitio, inclinó la cabecita un momento, como si saludara respetuosamente al sol y empezó a cantar torrencialmente. En el silencio de la tarde, sobrecogía el volumen de aquel sonido. Winston y Julia se abrazaron fascinados. La música del ave continuó, minuto tras minuto, con asombrosas variaciones y sin repetirse nunca, casi como si estuviera demostrando a propósito su virtuosismo.

Regalo

A veces se detenía unos segundos, extendía y recogía sus alas, luego hinchaba su pecho moteado y empezaba de nuevo su concierto. Winston lo contemplaba con un vago respeto. ¿Para quién, para qué cantaba aquel pájaro? No tenía pareja ni rival que lo contemplaran. ¿Qué le impulsaba a estarse allí, al borde del bosque solitario, regalándole su música al vacío?

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