lunes, 25 de febrero de 2013

1984, George Orwell (6)

Prole y esperanza

Si hay alguna espera, escribió Winston, está en los proles.
Si había esperanza, tenía que estar en los proles.

Contra el Partido

...los proles, si pudieran darse cuenta de su propia fuerza, no necesitarían conspirar. Les bastaría con encabritarse como un caballo que se sacude las moscas. Si quisieran podrían destrozar el Partido mañana por la mañana. Desde luego, antes o después se les ocurrirá.

Conciencia 

Hasta que no tengan conciencia de su fuerza, no se revelarán, y hasta después de haberse rebelado, no serán conscientes. Éste es el problema.

Minucias y grandes males

...incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente. Los grandes males, ni los olían.

Cuentos infantiles

Sacó del cajón un ejemplar del libro de historia infantil que le había prestado la señora Parsons y empezó a copiar un trozo en su diario:

 En los antiguos tiempos (decía el libro de texto) antes de la gloriosa Revolución, no era Londres la hermosa ciudad que hoy conocemos. Era un lugar tenebroso, sucio y miserable donde casi nadie tenía nada que comer y donde centenares y millares de desgraciados no tenían zapatos que ponerse ni siquiera un techo bajo el cual dormir. Niños de la misma edad que vosotros debían trabajar doce horas al día a las órdenes de crueles amos que los castigaban con látigos si trabajaban con demasiada lentitud y solamente los alimentaban con pan duro y agua. Pero entre toda esta horrible miseria, había unas cuantas casas grandes y hermosas donde vivían los ricos, cada uno de los cuales tenía por lo menos treinta criados a su disposición. Estos ricos se llamaban capitalistas. Eran individuos gordos y feos con caras de malvados como el que puede apreciarse en la ilustración de la página siguiente. Podréis ver, niños, que va vestido con una chaqueta negra larga a la que llamaban «frac» y un sombrero muy raro y brillante que parece el tubo de una estufa, al que llamaban «sombrero de copa». Este era el uniforme de los capitalistas, y nadie más podía llevarlo, los capitalistas eran dueños de todo que había en el mundo y todos los que no eran capitalistas pasaban a ser sus esclavos. Poseían toda la tierra, todas las casas, todas las fábricas y el dinero todo. Si alguien les desobedecía, era encarcelado inmediatamente y podían dejarlo sin trabajo y hacerlo morir de hambre. Cuando una persona corriente hablaba con un capitalista tenía que descubrirse, inclinarse profundamente ante él y llamarlo señor. El jefe supremo de todos los capitalistas era llamado el Rey y...

 Winston se sabía toda la continuación. Se hablaba allí de los obispos y de sus vestimentas, de los jueces con sus trajes de armiño, de la horca, del gato de nueve colas, del banquete anual que daba el alcalde y de la costumbre de besar el anillo del Papa. También había una referencia al jus primae noctis que no convenía mencionar en un libro de texto para niños. Era la ley según la cual todo capitalista tenía el derecho de dormir con cualquiera de las mujeres que trabajaban en sus fábricas.

Vaciedad

A Winston le sorprendía que lo más característico de la vida moderna no fuera su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido.

Las mismas caras

El ideal del Partido era inmenso, terrible y deslumbrante; un mundo de acero y de hormigón armado, de máquinas monstruosas y espantosas armas, una nación de guerreros y fanáticos que marchaba en bloque siempre hacia adelante en unidad perfecta, pensando todos los mismos pensamientos y repitiendo a grito unánime la misma consigna, trabajando perpetuamente, luchando, triunfantes, persiguiendo a los traidores... trescientos millones de personas todas ellas con las misma cara.

Imagen

Winston creyó ver un Londres inmenso y en ruinas, una ciudad de un millón de cubos de la basura y, mezclada con esta visión, la imagen de la señora Parsons con sus arrugas y su pelo enmarañado tratando de arreglar infructuosamente una cañería atascada.

Sospecha

Winston sospechaba que nunca había existido una ley sobre el jus primae noctis ni persona alguna como el tipo de capitalista que pintaban, ni siquiera un sombrero como aquel que parecía un tubo de estufa.

Puestos

...puestos que eran en realidad inútiles, pero que tenían nombres sonoros e importantes.

Espera

...estaban ya fuera de la ley, eran enemigos intocables, se cernía sobre ellos la absoluta certeza de un próximo aniquilamiento. Cuestión de uno o dos años. Nadie que hubiera caído una vez en manos de la Policía del Pensamiento, podía escaparse para siempre. Eran cadáveres que esperaban la hora de ser enviados otra vez a la tumba.

Documentos traspapelados y estratos geológicos

Desde luego, esto no constituía en sí mismo un descubrimiento. Incluso por aquella época no creía Winston que las víctimas de las purgas hubieran cometido los crímenes de que eran acusados. Pero ese pedazo de papel era ya una prueba concreta; un fragmento del pasado abolido como un hueso fósil que reaparece en un estrato donde no se le esperaba y destruye una teoría geológica.


No hay comentarios:

Publicar un comentario